miércoles, 4 de febrero de 2009


Está claro que en el paraíso canta uno. Que bailás en puntas de pie y tu flexibilidad es perfecta. Que la sonrisas muestran dientes perlados y que el agua del mar no es ni dulce ni salada, ni fría ni caliente. Que los porqué tienen respuestas pero no se hacen, porque lamentablemente todo se sabe. Que las lágrimas se secan antes de llegar a los labios y el pegote de los chupetines en los cachetes infantiles, se limpian solos. Que tus ojos son del color que vos querés, que los labios carmesí no son cursis y los pasacalles no chorrean grasa. Que las cajas de bombones llenan el alma y su contenido las panzas nunca vacías. Que cerrar los ojos no da miedo y las puñaladas se doblan antes de entrar en el alma. Está claro que en el paraíso hay todo eso y mucho más. Las llagas no sangran y las ampollas no se revientan por que no existen. Se camina sobre algodón y se habla sin gritar y sin callar. Los ángeles sirven cócteles sin alcohol pero con éxtasis y no hace falta afeitarse o depilarse. La ropa es transparente y los cuerpos, cada uno de ellos hermosos, sumergidos en sus propias perfecciones. Está claro, clarísimo que no hace falta rogar para ir al paraíso porque allí entra todo el que lo desee aunque haya puteado a su madre, maldecido a su padre y cogido con su hermana. Aunque no haya dicho los diez padres nuestros o se haya sacado el kipá antes de entrar al templo. Aunque haya orado mirando hacia el lado contrario de la mesquita o nunca nunca haya creído en dios. Por que al fin y al cabo, al paraíso entran todos.

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