viernes, 6 de febrero de 2009

El viaje - Escape, búsqueda y disfraz. Parte I

“El viaje es transferencia:
el cuerpo deviene en algo que era o que ya no es
por un lado nos guía de regreso a nosotros mismos,
por otro nos ayuda a surgir hacia afuera.
Charles Grivelg

Escapar de lo cotidiano, de la rutina monopolizante. Buscar lo perdido, lo nunca ganado, aquello que alguna vez se presentó como ajeno. Disfrazarse, como cuando en una niñez temprana los zapatos de mamá o el traje de papá servían para escapar hacia un mundo imaginario. Eso es el viaje, la manzana de Eva, la sed de metamorfosis y el inicio de una transformación.
El viaje puede ser físico o mental. Sin importar su forma, son tres sus elementos claves. A veces todos están presentes, otras solo alguno de ellos es el protagonista. Todo depende del momento que el viajero esté transitando. Algunos pueden querer escapar y disfrazarse para luego emprender la búsqueda. Otros, se disfrazan para poder huir. No importa su orden mientras haya de por medio una transformación. El viaje es una herramienta de vida, y por lo tanto, es imposible generalizar. Sin embargo, en este ensayo se hará lo posible para explicar, pero sobre todo transmitir, esas tres etapas que conforman la búsqueda de la razón (o de la locura).
Escapar
El viaje es un movimiento, conciente o no, provocado por la insatisfacción del presente. Es una metáfora viva del deseo que, según Sergio González Rodríguez (antropólogo y psicólogo social de la Universidad de Chile) tiene como desencadenante a la carencia. Viaje físico, mental o a través de la literatura. No importa cual sea su forma mientras signifique tomar distancia de lo cotidiano. “Permitir que la insatisfacción con lo dado, lo sabido, lo naturalizado nos ponga en movimiento, en búsqueda de otra cosa, volver a mirar, volver a escuchar, tomar distancia”[1].
Es usual que el viajero desconozca sus propias huellas en el camino. Son muchas las veces que el espejo rebota una imagen diferente a la que se espera. Es que el proceso de transformación va de la mano de la angustia, la nostalgia y el duelo. Dejar atrás una parte de nuestras vidas es, de alguna forma, renacer. Y para conocer a ese nuevo individuo hace falta saber que dejamos de ser el anterior. Jack Kerouac, en “El camino”, enfrentó a su personaje con ese momento: “... y aquél fue un momento inequívoco de mi vida, el más extraño momento de todos, en el que no sabía quien era yo mismo: estaba lejos de casa, obsesionado, cansado por el viaje, en la habitación de un hotel barato, (...) y auténticamente no supe quién era yo durante quince extraños segundos. No estaba asustado; simplemente era otra persona, un extraño, y mi vida entera era una vida fantasmal. La vida de un fantasma”.
El viaje es, al fin y al cabo, una fuga hacia la libertad.
El disfraz
Ahora que hemos establecido que los viajes son como escapes de la realidad, no queda más que pensar que intentamos ser en ellos. Cada viaje es un paréntesis dentro de la vida misma. La pérdida de la rutina y la búsqueda del azar suelen ser los motores principales a la hora de encararlo. Pero sin importar el destino, el viaje es siempre una búsqueda permanente de lo que queremos ser, escapando de lo que hemos dejado ya de sentir. A través de una metamorfosis física y espiritual, probamos todos los disfraces hasta encontrar la máscara que se pegue a nuestra piel y se vuelva propia. Ya lo dijo alguna vez Martín Caparrós: “El viaje provee la tranquilidad de actuar en un teatro ajeno, donde uno juega con el placer infinito de suponerse otro, de descansar de sí mismo por un tiempo previsto”.
El viaje nos ayuda a renovarnos, a dejar de lado las impurezas, cambiando la piel interna y externa. El reencuentro con lo que no conocemos de nosotros mismos (y reencuentro por que al estar en nosotros inconscientemente si conocemos) nos lleva a extremar las medidas, a escondernos bajo sombreros de playa o buzos de montaña, pensando que así, sintiéndonos natales de esos lugares que recorremos, encontraremos lo perdido o lo buscado.
Un viaje a la alteridad, a la otredad, a ese “diferente” que muchas veces somos nosotros mismos. Trascender la apariencia, ocultar ese miedo al futuro y vivir en un libre albedrío, disfrazado de viaje. En él todo es posible, se eterniza lo vivido, transformando las hazañas místicas que todos habremos de contar en futuras anécdotas.
El viaje es inventarse a uno mismo. Es aprendizaje, descubrimiento y sobre todo entendimiento personal. Pero también puede enfrentarnos con lo que no queremos, con aquello que nos avergüenza. Es ahí cuando el disfraz se vuelve una solución a corto pero no a largo plazo.
Hay un punto en el cual eso que llamamos alma y que rellena nuestro cuerpo quiere escapar. Se aburre de su disfraz de ser humano y busca, a través del viaje, acercarse a nuevos horizontes. Es por eso que jugar, aunque sea por un rato, a no ser nosotros mismos, nos ayuda a transformarnos.

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