miércoles, 25 de febrero de 2009

Histeria

Se despertó y sintió la fiebre del cuerpo a su lado, No la abrazaba pero su pecho transpirado yacía pegado a su espalda, y el aliento le calentaba la nuca. No era el cuerpo que quería pero era el que tenía. Intentó levantarse sin moverlo pero él se sobresaltó y la aprisionó, aun más, entre sus brazos. Quería partir en secreto, antes del desayuno, para no tener que compartir ese beso con gusto a café que nunca anunciaba una despedida.
Si fuese por él, no se despedirían nunca. Vivirían con sus cuerpos afiebrados pegados, aunando su respiración en una, haciendo un río con el agua que perdían cada vez que hacían el amor.
Si fuese por ella tampoco se despedirían, partiría poco antes que la luna, para despertar en su cama, con un solo cuerpo, el suyo. Con sábanas frías cubriéndola, sin síntomas febriles abrazándola.
Le dijo que iba a baño, en un susurro, como para no terminar de despertarlo. Como ya era costumbre, se sentó en el inodoro a escuchar el ruido del bidé abierto. Eran apenas las tres pasadas y el reloj no sonaría hasta las siete. Odiaba despertarse escuchando al pelotudo de Ari Paluch, pero era lo único que a él lo hacía feliz por las mañanas. Paluch y ella.
Cuando volvió a la cama, él le preguntó "¿Qué pasa, no tenés sueño?" Ya conocía su costumbre de sentarse en el baño a esperar que el tiempo pase. Sabía que era extraña, fue lo primero que lo atrajo. Después le gustaron sus piernas largas, sus codos resecos y esa facilidad para estar siempre bien depilada. Todavía no terminaba de entenderla pero tampoco sabía si quería hacerlo. Las charlas ya habían pasado su tiempo de superficialidad y se concentraban en ellos, sus trabajos y sus familias. Ella no escatimaba en detalles, le contaba todo, con sus sabores y sus gustos, pero sus ojos, sus ojos parecían estar más allá, en un lugar a donde él no pertenecía ni lo dejaban pertenecer. Y el creía que los ojos eran la conexión del alma, o a lo sumo, de la mente. No sabía como decirlo sin parecer cursi, sin que sonara salido de un libro de autoayuda, pero así lo creía. Aún sin esa mirada, no decía nada. Tenía miedo de perderla y al no saber si quería hacerlo, prefería callar.
Le abrió las sábanas para que ella se metiera y la arrastró hasta él. Le encantaba dormir pegado a ese cuerpo frío, hasta en las peores noches de verano le calmaba la sed.
Pero al beso de desayuno le dijo "ole". Lo esquivó como toro aburrido y torero sin ganas de matar. Frunció el seño sin entender por que, y preparó el café instantáneo, ese barato, de gusto acuoso y pocas ganas de ser tomado. También le dijo ole al beso de despedida, al que los separaba hasta que alguno de los dos volviese a enviar ese mensaje, sin un hola, tan solo con un horario y "tu casa", "mi casa".
Le extrañó la reacción, algo había pasado en el momento en que se abrazaron, luego que ella volviese del baño. La resistencia de ella, el tirón de él...
Ni los días sin noticias ni los mensajes sin respuesta le calmaron la angustia que le ocasionaba la duda.
Pero esa noche, la noche tres semanas después de la noche, vfue hasta su casa. Toco timbre y esperó a que los pasos se acercasen hasta la puerta. Le abrió sin mirar por la cerradura como era de costumbre y cuando se miraron, por primera vez se miraron, él le dijo lo único que no quería aceptar:
- Sabía que ibas a volver.
Ella lo besó y pasó de nuevo la noche, junto al cuerpo afiebrado, pensando que su cama fría estaba sola.

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