martes, 3 de febrero de 2009

Paloma II

Tras ver volar polvo de dientes y con una cindor sin poder abrir entre las manos (la compró antes de recordar que no puede comer ni tomar nada en las próximas dos horas) el mal humor parece disminuir. Piensa en volver a casa y acostarse por lo menos hasta el mediodía, pero el parque Las Heras la llama y le quedan menos de cincuenta hojas para terminar su libro. Se recuesta en el árbol que parece haber sido violado menos veces por los perros y observa a las hormigas sumergirse dentro del tronco semi hueco. No sabe si su mamá lo hizo a propósito, para que disfrutara de una de esas mañanas de sábado de las que tanto le hablaba, pero hace tiempo que no se siente tan bien. No solo zafó de las caries sino que una especie de aureóla de buen humor la envuelve desde que salió del consultorio. Tal vez sea otro día más, pero las ganas de que por fin le pase algo bueno dejaron de ser una impaciencia contenida para pasar a ser una mirada buscadora.
La últimas dos palabras ya las sabe. No puede evitar cada vez que empieza un libro nuevo, pasar con dedos tentadores hasta la última página y leer, aunque sea, esas últimas dos palabras. Una vez terminado no sabe que hacer. Esa angustia extasiada de haber terminado la envuelve en un orgasmo literario.
El short ya está húmedo, espera que no de pis perruno y si de la llovizna de la noche anterior. Ya parada, después de un saltito torpe de piernas largas, camina, hacia quien sabe donde, pero camina.
Y así se aleja paloma, con sus tobillos débiles por tantas havaianas de plantilla plana. Sus precoces años de inseguridad e inestabilidad y esas enormes y hermosas ganas de crecer. La espera un verano nuevo, de esos que vienen con cosas de miedo que con el tiempo te hacen reír. Pero ella está contenta, aunque seguramente en cinco minutos el mal humor la vuelva a rozar para hacerla caer en un sueño de siesta hasta la tarde y despertar con nesquik hecho por Gabriela y tostadas de manteca y dulce de leche.

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