martes, 10 de febrero de 2009

Zumbidos


Antes te quejabas porque a pesar de tus veinte pocas veces pasados, te preguntaban la edad. Hoy, que ya nadie lo hace, repudiás su falta de respeto al no pedirte el documento. Fumás diez Malboros por día, ni uno más, pensando que así te salvás del cáncer de lengua y ni uno menos, por que tus pensamientos nicotinados no te lo permiten. Te sorprende el otoño en la ciudad cuando para vos febrero aun no ha comenzado. Como siempre, el tiempo se te pasa lento mientras que al resto le zumba en los oídos. Estás harta de tu mónólogo con la palabra sentir y como la terquedad de un niño que se repite una y otra vez al subir y bajar las escaleras, o la amabilidad de tres ancianas que le preguntan a un niño por su bicicleta nueva, te regalás a la repetición.
Y ahora que él te prefiere, que más podés hacer que olvidarlo. Te repetís "el que siempre se expone, se pierde de los halagos que nacen de la intriga". Ojalá tuvieses un forro de papel debajo de tu cajón de bombachas. Como cuando eras niña y escondías allí los australes que un día tu madre te robaría para ir a la verdulería.
No te das cuenta, pero tu posición infantil deja que desde la mesa de al lado miren tu bombacha rosa. El hombre ocupado en distinguir las teclas de su laptop, café frío con lágrima de leche caliente, no puede dejar de mover su pierna derecha mientras cliquéa desesperado encima de tu pollera, para ver si se mueve aún más. Vos lo único que ves es una espalda de chaleco blanco y camisa roja de la mesa delante tuyo. Una barba de veinte días y una mirada que imaginás, por su espalda inmóvil, perdida en la nada. Recordás que la repetición bien calmada te serena la ansiedad del alma y, en espacios de tres segundos, te llamás, por tu nombre imaginario. En tu miércoles, domingo de pensamiento, te hundís finalmente en la silla Quilmes de tu bar literario y dejás ver, casi por completo, tu bombacha rosa. Desde la otra mesa de café el muchacho se regocija y deja su frenético cliquear. Al fin y al cabo, todos envueltos en el éxtasis de un frenético otoño febril, llegan a la calma de la felicidad nunca plena.

1 comentario:

  1. Buenas! pasé por acá y me quedé leyendo. Interesante. Bastante interesante. Lindas imágenes lográs con las palabras. Volverñe por acá. Un saludo.

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