martes, 3 de febrero de 2009

La vuelta


Una vuelta imperfecta de una ida perfecta. Ese sabor amargo de las llegadas pero con rúcula o radicheta (no se cual es la amarga) metida entre los pensamientos y saborizada con gotitas de lágrimas de un adiós que no quería.
Hoy me di cuenta que había vuelto a Buenos Aires. No es que no lo supiera antes, pero el dolor de la pérdida de Mandy no me había dejado asimilarlo. De Mandita voy a hablar otro día, cuando la coherencia me deje no llorar mientras escribo en el teclado ya tan usado del trabajo.
Pero la cosa es que finalmente hoy me di cuenta que llegué. En el vagón próximo del subte C, tres morochos, con ese cuerpo de “no es normal” digno de los brasileros, batuqueaban con ritmo de querer salir despegados. Ansiosa, apagando mi mp4 y marcando la hoja del libro que corresponde a una vuelta todavía no asimilada, esperé tamborileando encima de mis rodillas desnudas. Faltaba poco, lo presentía, lo oía. En cualquier momento atravesarían la abertura gusano que separaba ambos vagones, me regalarían una sonrisa y comenzarían a danzar. Yo los miraría, sonreiría también y los acompañaría con los hombros. El silencio se hizo, las monedas cayeron dentro de la gorra y los primeros pasos atravesaron el pasillo para llegar a mi vagón. Mostré mis dientes pero nadie respondió. Observaron el público sin siquiera registrarme y en la próxima parada, abandonaron el tren. Se ve que no eramos un público digno, no se si por calidad o cantidad. Me quede como espasmo de frío. Dura. Sin entender por que me habían negado mi música de vacaciones. Ahí comprendí. Las vacaciones, o por lo menos éstas, se habían terminado. Ese rechazo musical me quería decir algo, me quería sacar algo que yo, a pesar de haber aterrizado hace unos días, no quería soltar. Bajé del tren en la última parada y miré mi codo negro. Por lo menos el color seguía ahí.
La rutina entra otra vez en mi vida y yo, aunque intente escupirla, la acepto, casi pasivamente.
Todos los viajes tienen una canción. Todos, aunque uno no quiera. “Liberdade prá dentro da cabeça” fue la mía. “Libertad para dentro de la cabeza” en una traducción superficial, o aún mejor: “La libertad es un estado de la mente”. Es una canción vieja. Por supuesto yo escuché el cover surfer del verano, del grupo natiruts. Pero sin importar quien la impuso, tiene razón. Como la mayoría de las canciones, tiene ese sentido que uno mismo le da.
En fin, no escribí mucho durante el viaje, lo justo y necesario. Si tallé algunas ideas en mi lóbulo frontal. Otras me las robé, con permiso, y otras me las acercaron esas personas que te ayudan a construir tu viaje de esa manera tan imperfecta como vos querés. De la imperfección salen las mejores ideas, eso lo tengo claro.
La realidad es que hoy me di cuenta que volví y ya no se puede volver atrás. Algún día voy a tomar una de esas decisiones de no volver y seguir de viaje por un año o más, pero esta no fue una de esas veces. Esta vez volví, sin esguinces ,sin fracturas, con el alma restaurada y ya sin clavos.
Ahora, sentada nuevamente frente a la seudo caja boba que tantas felicidades me da, me repito a cada momento: “la libertad es un estado de la mente, la libertad es un estado de la mente”. Y aunque me encadene la rutina, me crezcan raíces bajo mi escritorio o me llueva un granizo de responsabilidades, lo voy a seguir repitiendo... “LA LIBERTAD ES UN ESTADO DE LA MENTE”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario