viernes, 25 de julio de 2008

Juan

Camino por el subte con la rapidez que la manada me exige. De repente, todo se detiene. Como si una imagen congelara el resto. Son las seis de la tarde y Juan, con sus ocho años y pies descalzos, dibuja en un cartel. Alguien le ha regalado un lápiz nuevo, largo, afilado, de esos que tiene una gomita roja en la punta. Es un niño de pocas palabras o mejor dicho ninguna. Me acerco y le pregunto que está dibujando y con el hombre me dice nada. Por suerte los diseñadores del cartel dejaron mucho espacio en blanco y Juan repite, uno tras otro, el mismo muñequito de cuerpo flaco y cabeza grande. "Es el único que sé" me dice ante una pregunta no hecha, y sigue en su mundo. Alguien me empuja y vuelvo a la vorágine de un subte sin alma.
Recuerdo que es mi cumpleaños. Es tan solo un día más, con demasiados saludos y un gracias gastado. Es tal vez la fecha lo que me hizo, entre toda la gente, detenerme y ver que Juan existe.
La verdad sigue existiendo, aún cuando la negamos con la ceguera cotidiana. Solo hace falta observar, mirar y comprender.

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